Amor Crucificado – Regnum Christi
Medellin, Colombia, 2020
Nuestras heridas, una vez sanadas y unidas a las heridas de Cristo son el lugar de conexión donde la rama es injertada en la Vid. Es precisamente a través de nuestras heridas que la Sangre de Cristo —Su vida— entra en nosotros. Nuestras heridas sanadas se convierten en Su cáliz vivo. Nuestras heridas, sanadas en Él, es donde somos transformados en la nueva creación de Dios: los nuevos Adams y las nuevas Evas.
¿Por qué debes reconocer y hacer tuya esa herida? porque es entrando en esa herida que puedes llegar a ser plenamente quien eres en Cristo para la Iglesia. Nuestras heridas son el lugar de transformación. Nuestras heridas, al ser lavadas de las mentiras, los resentimientos, la ira... se convierten en el «cáliz viviente» de Dios, el lugar de la unión más profunda con Cristo.
Todas nuestras heridas han sido infectadas por Satanás con mentiras. Hemos integrado estas mentiras en nuestra personalidad y en la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Han definido nuestra identidad, en quiénes nos hemos convertido pero que en realidad no somos. —Camino sencillo p.189.
«Esto es en lo que te has convertido, pero no es quien eres. Yo te veo como quién eres, y sufro en quién te has convertido».
Es tu «sí» a dar tu vida en oblación lo que «aviva las llamas» de las gracias de tu bautismo y así recibes el poder y el fuego del Espíritu Santo. Es entonces de esta forma que tu vida posee el «poder de Dios». Por eso deseo muchas almas víctimas, porque es sólo el poder del amor puro el que penetrará la oscuridad que se está filtrando en los corazones y las mentes de Mi pueblo. Tráeme almas víctimas, pequeña Mía, no tengas miedo —Camino p.326
Son Mis almas víctimas abandonadas a Mi amor crucificado las que poseen el poder de Dios para derrotar a Satanás y propiciar el reinado del Inmaculado Corazón de Mi Madre.—Camino p.330.
"En la cruz exterior que todos ven fui víctima agradable a mi Padre en el derramamiento de mi sangre, pero por la cruz interna principalmente se obró la Redención —Diario T. 7, p. 333, sept. 7, 1896.